¡Bienvenido a casa!

A continuación, compartimos la homilía del P. Walter Jara, Inspector de los Salesianos del Paraguay, en la misa de bienvenida a las reliquias de Don Bosco.





Bienvenida a Don Bosco en Paraguay
Jueves 29 de Octubre de 2009

Queridos hermanos:

En 1883 Don Bosco relata uno de sus sueños. Dice que recorre en tren las tierras del sur de América… y dice así:

“Bajé del tren y me encontré inmediatamente con los salesianos. (…) Enseguida me mezclé entre ellos. Eran muchos, pero no los conocía y entre ellos no vi a ninguno de mis primeros hijos. Todos me contemplaban maravillados, como si fuese una persona desconocida y yo les decía:
- ¿No me conocen? ¿No conocen a Don Bosco?
- ¿Don Bosco? Nosotros lo conocemos de fama, lo hemos visto en fotografías, pero en persona no lo conocemos.
- ¿Y Don Fagnano, Don Costamagna, Don Lasagna, Don Milanesio, dónde están?
- Nosotros no los conocimos. Son los que vinieron aquí en tiempos pasados: los primeros salesianos que llegaron de Europa a estos países. Pero… ¡pasaron ya tantos años después de su muerte!
Al oír esta respuesta quedé maravillado:
-¿Pero, esto es un sueño o una realidad?
Y golpeaba las manos una contra otra, me tocaba los brazos y me movía oyendo el palmoteo, me sentía a mí mismo y me persuadía de que no estaba dormido…

Y en otros de sus sueños en 1886 Don Bosco cuenta:

“Vi una inmensa cantidad de jóvenes que, corriendo a mi alrededor, me decían:
- ¡Te hemos esperado, te hemos esperado tanto tiempo, pero finalmente estás aquí; ahora estás entre nosotros y no te dejaremos escapar!



En esta tarde estos sueños de Don Bosco se han cumplido. Nosotros somos esos salesianos y esos jóvenes. Don Bosco está aquí. ¡Bienvenido, querido Padre!

Hoy queremos volver a escuchar a Don Bosco.
¿Qué nos diría a nosotros después de de tantos años?

Volvería a hablarnos de las cosas que llenaron su corazón. Volvería a hablarnos de su amor a Jesús, de su amor a los jóvenes. Y podría decirnos así:

Sean imitadores míos como yo fui imitador de Cristo. Amen a los jóvenes del Paraguay como yo los amé. Ámenlos gratuitamente, como Dios los ama. Ámenlos porque son de Dios, amados y salvados por El. El amor verdadero nos hace amarlos también cuando parece que no lo merecen. Solamente Dios puede enseñarnos el arte de amar y de educar. Por eso tenemos que invocar y escuchar a Dios.

Yo siempre he tratado a los chicos "como amigo". Nunca con golpes, insultos o amenazas, siempre con mansedumbre. El amor es paciente... lo soporta todo, lo espera todo, lo sufre todo". Siempre he pensado que es mejor encender una luz que maldecir la oscuridad. Siempre he creído que es necesario amar lo que a los jóvenes les agrada y los jóvenes amarán lo que agrada a padres y educadores. Al amor hay que manifestarlo en las palabras, en los gestos y hasta en la expresión del rostro y los ojos. Pero hay algo más: ellos deben " sentirse queridos". Si no es lo mismo que nada.

Y después de recorrer nuestras calles de Asunción, nuestros barrios, pueblos y ciudades, nuestros caminos de tierra roja, nuestros ríos, nuestro Chaco, Don Bosco quizás volvería a decirnos así:

Son muchos hoy los chicos que se sienten incomprendidos y que piden ayuda. Para continuar mi obra tienen que tener coraje y ser capaces de soñar cielos nuevos y tierras nuevas.

Tengan confianza en los jóvenes. Es cierto que también hay en ellos raíces del mal, pero yo creo más en las fuerza del bien que ellos guardan en su interior y que hay que saber descubrir y cuidar.

Ustedes tienen el problema de la violencia, de la droga, de la miseria, de la exclusión. Les parecerán duras mis palabras pero no creo equivocarme si les digo que estas cosas son muchas veces culpa de los adultos que no han sabido amar a los jóvenes. La droga a veces es un sustituto del amor no recibido; es una fuga de quien no los entiende ni valora; la violencia puede ser un grito y una venganza contra quien no los ha ayudado a convertirse en hombres verdaderos, en personas útiles para la sociedad. Yo quisiera que juntos, padres, educadores y religiosos, abriéramos los ojos y el corazón.

Es muy triste que en la sociedad haya obstáculos para el bien. Desgraciadamente existirán siempre. ¡Pero pobres de aquellos por quienes los chicos conocen el pecado y se inician en el mal!

Imagino que Don Bosco, recorriendo los patios de nuestros Colegios y Parroquias y viendo con sus propios ojos todo lo que hemos preparado para recibirlo, sonreiría con bondad, nos daría las gracias y con cariño nos hablaría así:

A veces, algunos padres y educadores se preocupan de que no les falte nada a los jóvenes, todo lo hacen fácil y sin querer crean necesidades inexistentes y dañosas. Hacen todo lo posible por evitarles la fatiga, el sacrificio y el trabajo. Se les concede todo sin hacerles probar el gusto de conquistarlo, de crearlo.

Yo sigo creyendo que queda mucho más satisfecho y feliz el joven que logra ganarse la vida y construírsela, que aquel que encuentra todo fácil, al alcance de la mano, sin tener que pensar, proyectar, transpirar. Quien no aprende a ganarse las cosas por sí mismo y sin dañar ni explotar a los otros, nunca será una persona responsable.

Don Bosco nos visita y, como en su tiempo, mirará la situación en la que vivimos, las cosas que nos apenan y hacen sufrir y también las que nos llenan de alegría y de esperanza. Mirará los ojos de sus chicos de hoy y de ayer, los ojos de los oratorianos, los ojos de sus exalumnos, los de su Familia Salesiana, los de sus hijos salesianos… y volverá a decirnos:

¿No les parece que la sociedad tiene hoy necesidad de ciudadanos más honestos, en lo privado, en lo público, en lo pequeño y en lo grande, en el mundo del trabajo y en la familia? Debemos convencernos que la bondad y la justicia dan dignidad y valor a las personas.

Tenemos que ayudar a los chicos para que lleguen a ser "honestos ciudadanos y buenos cristianos". No es suficiente preocuparse para que lleguen a ser buenos profesionales, si después son deshonestos, mentirosos, egoístas... Cambiarían muchas cosas si los ayudamos a ser veraces, justos, generosos, fuertes, buenos...

Tenemos que ayudar a los jóvenes a ser puros de corazón. La pureza del corazón puede parecer a muchos una virtud superada, de otros tiempos y hoy, imposible. Yo, en cambio, sigo creyendo que es una expresión del amor verdadero, necesaria y deseada, tal vez con nostalgia, por muchos. La pureza no permite que el amor sea sucio, egoísta, violento, traicionero, infiel, mortífero.

Don Bosco está entre nosotros. No imaginamos de él palabras duras, de reproche o de castigo. Él vuelve a hablarnos a nosotros, adultos, como lo hacía a sus primeros colaboradores. Mirando nuestra misión en Paraguay nos volvería a decir:

Déjense guiar siempre por la razón. Sepan proponer a los chicos metas razonables, posibles, comprensibles para ellos. No se cansen de hablar con los jóvenes; siempre con sencillez, sin arrogancia, con palabras comprensibles; las cosas hay que repetirlas cien veces y aún no es suficiente. Sepan tolerar los defectos, sepan corregirlos, pero no se los echen en cara a cada momento. No agoten el diálogo en las palabras, hay un diálogo del gesto,... una caricia, un beso, un apretón de manos, una mirada tierna y comprensiva, sostienen, y a veces, sólo eso es necesario.

Recuerden que la educación es cosa del corazón. Recen todos los días por sus hijos, por los muchachos a los que educan, por aquel que tiene más necesidad de corrección.

Y no se olviden que el tesoro más grande que podemos ofrecer a los jóvenes es la amistad con Jesús y María; que mi deseo es que sean santos porque Dios los quiere felices ahora y en la eternidad.

Y, finalmente, me parece que Don Bosco guardaría su mirada más tierna, su mejor sonrisa y su palabra al oído y al corazón de los chicos y de los jóvenes. Y ya no hará falta que diga más nada…




Hace más de 120 años nuestro Padre decía: “Si pudiera embalsamar y conservar vivos a unos cincuenta salesianos de los que ahora están entre nosotros, de aquí a quinientos años verían qué destino tan estupendo nos reserva la Providencia, si somos fieles”.

“Si somos fieles”… Don Bosco, Padre: quiero hablarte en nombre de mis hermanos salesianos…

¡Cómo quisiéramos ser mejores hijos y discípulos tuyos!:

• ser hombres de Dios, como vos;
• ser mejores hermanos entre nosotros;
• ser, con mayor entrega, amigos de los jóvenes, pastores buenos y entregados, cercanos a los pobres;
• hombres de alegría y esperanza contagiosa;
• con ganas de ser santos, como vos y tus primeros chicos.

¡Bienvenido a casa!
Ayúdanos a ser fieles.
Amén.

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